Cuesta abajo
Nada me queda. Me han quitado todo. La sonrisa, la esperanza, la confianza. Sólo quedaba el vértigo. Con las manos ateridas me aferré a la ilusión de encontrar el camino, aunque fuese un sendero desmarcado, o empinado. Alguna señal, algo que me apartara de aquella tórrida cima, y me llevará por sendas más lisonjeras. Y aquel vértigo me mantenía asida a ideas deslavadas, y cantos de gorriones, la lluvia sobre el techo, y el perfume de flores secas años atrás. Yo sé que no puedo desandar los paso, no ahora que estoy sola. Pero de la sima en que fui hallada, a esta cima en que me veo atrapada, hay solo un nombre de distancia, sólo un par de manos, y una profunda mirada que me obcecó tiempo atrás. Yo no pedí beber ambrosía y conocer placeres no imaginados, aprendía a vivir con lo que me daba la vida, sin exigir más que aquello que venía con la aurora. Pero cometí el error de morder la manzana y conocer, y saber que podía ser aun más feliz. Y hoy miro atrás y quiero ser feliz, otra