Cuesta abajo

Nada me queda. Me han quitado todo.
La sonrisa, la esperanza, la confianza. Sólo quedaba el vértigo.
Con las manos ateridas me aferré a la ilusión de encontrar el camino, aunque fuese un sendero desmarcado, o empinado. Alguna señal, algo que me apartara de aquella tórrida cima, y me llevará por sendas más lisonjeras.
Y aquel vértigo me mantenía asida a ideas deslavadas, y cantos de gorriones, la lluvia sobre el techo, y el perfume de flores secas años atrás.
Yo sé que no puedo desandar los paso, no ahora que estoy sola.
Pero de la sima en que fui hallada, a esta cima en que me veo atrapada, hay solo un nombre de distancia, sólo un par de manos, y una profunda mirada que me obcecó tiempo atrás.

Yo no pedí beber ambrosía y conocer placeres no imaginados, aprendía a vivir con lo que me daba la vida, sin exigir más que aquello que venía con la aurora. Pero cometí el error de morder la manzana y conocer, y saber que podía ser aun más feliz.
Y hoy miro atrás y quiero ser feliz, otra vez. Tomada de las mismas manos, o de otras desconocidas. Pero no soy feliz con las primeras, ni puedo deshacerme de ellas para asirme a otras.
Mientras espero. Espero que el vértigo acabe; y que la luna mengüe y se lleve mis miedos, como el agua que limpia los valles. Espero un milagro, que una estrella caiga sobre mi cabeza he ilumine mis pasos por el acantilado. Espero que no se alargue la noche, y no quedarme sin aliento antes de que salga el sol y pueda buscar un camino que me lleve cuesta abajo.

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