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Mostrando las entradas de septiembre, 2010

Locura en flor: Parte primera

¡Te reís!... Pero sólo vos me ves. Mientras tomaba entre sus manos las flores resecas que caían del florero, la joven morena que permanecía inmóvil en la esquina no separaba sus ojos del horizonte perdido. Él abría sus manos como alforja que cuidara exquisito tesoro, y aún parecía perfumar el ambiente con aquellos marchitos pétalos. Y respiraba sobre cada flor marchita, para que esta soltara sus vestidos, como seducidas por aquel galante hombre que recogía ahora sus ropas. Con suma delicadeza las aprisionaba y entre sus dedos, sin dejar escapar ni un solo pétalo, pero sin oprimirlas, quien podría oprimir una creación tan bella, quien podría apresar la belleza hecha vida. Se acercó a la mujer morena de la esquina. Y le habló del cielo, de los árboles, de las aves que anuncian el arrebol de la aurora, de como se posa el sol en tus ojos, y como haría bailar las estrellas sobre tu cabeza, y mira, no son éstas flores secas, son amores marchitos, historias de alguien que llora y s

Ella

Ella había encontrado un muerto en medio de su cabeza Siempre sintió que medio vivía, o quizás estaba siempre a un paso de morir. Dicen que nació media muerta. Pero yo nunca pude encontrarla ni a la mitad de la vida. Dicen otros que su vida se fue con el sol de la primera mañana, y que extravió el resto a la mitad del camino. Siempre le dijeron deja eso, yo también lo hice, eso que te está matando. Ella siempre contestaba que de dejar eso, eso que la estaba matando, moriría antes. Ella me enseñó muchas cosas, a nunca vaciar por completo la copa, a no vivir de lo que hay si no de aquello que queremos tener, a no temer el nuevo día. Yo que tomé su mano en el último día, y oré por su alma al enfrentar el juicio final, sé a ciencia cierta que no hubo arte más bello en su corta vida, que aquella de lograr enfrentar cada mañana con el alma ya apagada y los ojos llorosos. Vivir a medio morir, fue una de sus más loables hazañas; pero la más grande de todas fue amar como si la vida se naciera e

Soy como tú

Soy como esa que quiso al hombre incompleto. Sueño como aquella que vende flores a los amantes. Duermo como la que se desvela por quien venera. Recuerdo como la que visita el camposanto cubierto de suspiros. Callo como una que en ello ve como se va la vida. Respiro como aquella que corre por las calles, libre de cadenas y morales. Canto como quien pide al dios misericordia. Perdono como una que mil veces se ha visto ofendida. Escucho fiel, confesora de secretas pasiones. Me aferro como la incipiente vida que se anida en el seno. Sobrevivo como quien saltó del acantilado. Fui hermana, soy madre, soy tarde y mañana. Odié como la que vio su hijo crucificado. Lloré como la que ve sus sueños quebrados. Y amo como esa que por ti, tiene la mirada perdida. Soy igual que tú, soy igual que esa. Me abro camino entre la enramada y el desierto, trazo senderos sobre la desilusión del momento. Observo en silencio la muerte del astro, maldigo entre dientes el tiempo inflexible. Soy como esa, soy como
Soy la flor de cera que añora la primavera del jardín. Soy la hierba seca que nunca habrá de besar el rocío. Soy como aquella higuera, cuya única certeza es amar el hacha, y abrir su vientre a quien no entiende el milagro de soñar. Dar hijos secos y desdeñados; frutos a la tristeza condenados. Soy la flor de cera que nunca dará frutos. Soy la hierba seca que ya vio la vida pasar. Soy higuera talada, hecha leña, destruida. Soy aquella que amó, pero nunca fue correspondida.

Reflexus II

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Quiero un cuaderno en blanco. Sin límites, sin guías. Quiero papel inmaculado, para mancillar con mis ríos de tinta, negra como la noche, negra como el pecado. Quiero bosquejar una nueva vida, con nuevos encantos y nuevas cadenas. Quiero abrir la ventana, y dejar ir las penas, los temores, las pasiones, todo eso que se envuelve con mis sábanas y se escurre por la piel. Y sentir la brisa fresca mecer mis cabellos coronados con una tiara de azahares, de sueños, de ilusiones; y el vestido vaporoso de la naciente aurora se agite con el viento y las vertientes claras. Quiero un cuaderno en blanco, y un nuevo cuento iniciar. Son muchos los capítulos vividos, y muchos quedan por narrar.
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- Yo no soy tú.- Susurró una voz cavernosa desde el otro lado del cristal. Retrocedí un paso, y la mujer que me habló, hizo lo mismo, sorprendida, igual que yo. - Yo no soy tu reflejo; yo soy la imagen de aquello que tú quieres ver en el espejo.

Jardín versado

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Madre selva perfumada, margarita blanca piel, mejillas amapoladas, y tus tristes labios de clavel. Ojos negros de Susana, rostro grácil de magnolia, como candorosa porcelana y apasionada begonia. Con tu risa de petunia en mis lilas floreciste y con tus lágrimas de fucsia mis ilusiones reviviste. No te quiero siempre viva, ni perfumada azul violeta. Corona de azahares la vida, y que el jazmín te abra sus puertas. Eres frágil clavelina, y suspiro yo por ti, con tus manos de alhelí yo te quiero buganvilia.

El ciclo del silencio

Léase a voz alzada. El suave susurro del silencio sucumbe ante la avariciosa voz de sagrados sueños. Yo presencio como sega su esencia la hoz. Sustituyen poco a poco mi alabanza roncos ritmos, rudos, rechinantes, así realzan toda su probanza: arremeten, pero van mermando. Vuelven nuevamente a la quietud, de pasadas calmas y dulces voces. Del silencio los susurros son multitud, ¡para ser ultrajados otra vez entonces!