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Mostrando las entradas de agosto, 2010

Reflejo

Tu nombre está impreso en cada página. No necesito indicarte el lugar en que haz de hallarlo. Observo con detención aquella figura que se para frente a mí. Su mirada sostiene desafiante la mía; su boca, una mueca de indiferencia, pareciera tener algo que decir. Ojos cansados. Labios mustios y resecos. La piel de mármol y los hombros caídos. Lástima. Eso provoca en mí. Veo en sus ojos, que alguna vez brillaron con intensidad. Veo en la comisura de sus labios, que alguna vez sonrió. Sus hombros caídos, evidencian el cansancio, la desidia de los años pasados que se cargan sobre la espalda y encogen el alma hasta hacerla un pequeño bulto que fácilmente se extravía. Y quién no ha extraviado una parte de sí. Al entregar el corazón a quien no lo mereció; al dar la mano a aquel que empuñaba ponzoñosa daga; al confiar en ese que no supo luego cuidar sus palabras. Y es que todos viven expuestos a perder algo, incluso a sí mismos; a ir por un tortuoso camino, y no regresar por él. Y a

Dios bien sabía que él no quería ser un ángel.

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Menos luego de manchar su manos con la sangre de uno. Es que sus vidas son tan difíciles, viviendo entre nubes, nada sabían del mundo. Y cuando él conoció aquel ángel, una mañana tardía, sólo atinó a tomarlo de la mano y arrastrarlo junto a él. Luego supo que era un ángel, antes de eso nunca había visto uno. Y quizás nunca más tendría uno tan cerca. Digo quizás, porque no los reconocemos hasta que es muy tarde, y hemos arrancado sus alas, o cegado sus ojos, y al seguir ellos en pie, buscando alzar el deseperado vuelo, o caminando a tientas entre calígenes, comprendes la grandeza de aquella criatura a la cual has condenado con tus propias manos. Y es que ellos son los que se dejan dañar, incapaces de negarse ante quienes aman, al no ser correspondidos siempre saldrán heridos. No son como los mortales simples y ordinarios, no son como tú o cómo él, su paciencia es infinita, y su bondad como un cáliz fecundo. Y su vientre un cálido nido. Y sus manos suave caricia. Y sus ojos luminosos

Sola en casa

Enciendo la radio en la sala, la quejumbrosa voz de Ozzy llena el espacio. Me arrastro hacia el escritorio, retrasando cada paso, cada suspiro, deteniendo el tiempo en la palma de mi mano. Me dejo caer en la silla que se mece suavemente, debería ajustarla, pero qué importa, pronto tendré que cambiarla. Tomo ti taza y bebo el café fresco, pero ya casi frío. Algunas gotas caen sobre el teclado y me pregunto dónde irán a parar, es probable que se deslicen hacia ese mundo secreto oculto bajo las teclas, donde cientos de ecosistemas deben gestarse, sin imaginar que hay todo un universo fuera. Universo, afuera. Afuera, ¿de qué? ¿de mi puerta, de mi calle, de mi ciudad? Cientos de relojes irrumpen mis divagaciones, Time suena ahora, y recién me doy cuenta de que mi café está aguado. No debería beberlo, eso dijo me doctor, ni fumar, ni las bebidas alcohólicas. Tampoco sexo fuera del matrimonio, ni cruzar la calle en rojo, pero el mundo no está como para seguir instrucciones dictadas desde afue
Perdona que no siga tus pasos, Perdona que de la mano no os pueda coger, tiemblan mis labios por besarte, tiembla y arde por ti mi piel. Cada uno en su hemisferio, Perdidos, antípodas amantes. Tú sigues tu estrella Yo voy tras mi cruz. Que pequeño se hace el mundo Cuando quieres desaparecer, Mas inmenso e infranqueable Cuando buscas tu querer. Esta noche amado mío, Creo, me despido de ti. Voy yo tras mis sueños, Y tú ya debes partir. Y no temo tu partida, La vuelta al mundo habrás de dar, Y si sigo mi camino, Contigo, Algún día, Me voy a encontrar.