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Miedo

No es que quiera alardear, pero él y yo tenemos algo que lleva su tiempo; y es que la vida me enseñó que sin él yo no vivo. Y él me enseñó cómo vivir la vida. No podría huir lejos, aunque lo intentara. Él anda más rápido, y tiene más amigos. Yo, yo solo soy una triste reprimida, igual al resto, una perdida más. Sin duda el error fue no haberlo dejado ante la primera bofetada; sin ayuda y sin amigos, poco puedes hacer, además de aferrarte a lo que tienes, cerrar los ojos y prometerte que todo estará bien. Sin olvidar que siempre debes creerle todo. Y así fue cono él y yo, nos volvimos uno. Nunca imaginé que lo diría al mundo; pero él y yo, somo el uno para el otro. O al menos yo, ya me acostumbré a ser para él.

Aborto

Me paro sobre esas seis letras que duelen como llagas. Que sangran y rugen bajo mis pies. Creo que las dejo atrás, pero ellas siguen ahí. Inmutables. Sedientas. Yo finjo no verlas, y sonrío con holgura; como si la sonrisa borrara el dolor; como si los años hicieran justicia. Las letras siguen ahí, aunque pierden sentido, no pierden nunca su color; y camino a paso firme intentando olvidarles; mientras lo único que olvido es que el dolor nunca se irá.

Nuestra historia

Cierro nuestro libro, y leo el resumen, el comentario ese que busca resumir más de una vida en sólo unas cuantas palabras. Me parece injusto. Escribimos ríos de tinta, para encuadernarnos en la rutina; y ahora sólo quedan las palabras. Nunca fui una buena narradora, peor protagonista, pero esta vez me esforcé por tener un final feliz, al menos memorable. Mi error fue creer que éramos igualmente felices; y adelantar un final que ya muy tarde quisiste. Sin sentirme omnisciente, creí conocerte. Lo afirmo. Y firmo. Con amor para ti.
Cuando apago la luz, siento tu cuerpo junto al mío. Cuando cierro los ojos, siento mis labios sobre tu frente. Y cuando tú me dejes entrar, podrás sentir todo eso también.
Hoy te desprecio por aquello que hace tanto me quitaste. Mañana lo haré, por todo lo que me diste.

El sol está por sobre ti

Pronto llegará el día en que te pida estar en la cubierta, o tomar el timón, o quien sabe qué te pediré. Pero si ese día te niegas a darme el mando, a colgar los guantes, o a soltar el tenedor, deberé hacerlo yo y tomar la maleta que escondo tras aquella puerta que no te dejo abrir. Y no quiero que me preguntes qué sucedió, o en qué fallamos, no quiero que cites a Silvio, ni que jures por Violeta, no quiero que me llores por tu pasado ni por las botellas que no abrimos, no menciones las copas rotas ni tus sueños y mis manos. No quiero que intentes recoger el grano ya sembrado, la cosecha ya pasó y no se trilla a destiempo. Te prevengo desde ya, que si un día encarecidamente te solicito aquello que vengo anunciando desde ya hace unas lunas, para entonces no habrá mirada que me derrita, cadena que me ate ni muro que me detenga.
Cada día se regalaba una cuota de algo distinto, algo novedoso en su vida, que nunca antes había probado. Y bajo esa lógica, había recorrido un mundo y medio buscando la cuota del día. Hasta que un día, se dio cuenta de que tanto era lo comido, lo fumado, lo recorrido y lo bailado, que era mucho, mucho más lo no disfrutado.

Orbe

callada la tarde mecía una hoja sobre el cristal caía la hoja sobre la hojarasca de la memoria la hojarasca era el mundo de millones el mundo caminaba a paso lento ignorando los mundos a sus pies los ignorantes se alzaban sobre la tarde callada que mecía una hoja sobre el cristal...

Cuesta abajo

Nada me queda. Me han quitado todo. La sonrisa, la esperanza, la confianza. Sólo quedaba el vértigo. Con las manos ateridas me aferré a la ilusión de encontrar el camino, aunque fuese un sendero desmarcado, o empinado. Alguna señal, algo que me apartara de aquella tórrida cima, y me llevará por sendas más lisonjeras. Y aquel vértigo me mantenía asida a ideas deslavadas, y cantos de gorriones, la lluvia sobre el techo, y el perfume de flores secas años atrás. Yo sé que no puedo desandar los paso, no ahora que estoy sola. Pero de la sima en que fui hallada, a esta cima en que me veo atrapada, hay solo un nombre de distancia, sólo un par de manos, y una profunda mirada que me obcecó tiempo atrás. Yo no pedí beber ambrosía y conocer placeres no imaginados, aprendía a vivir con lo que me daba la vida, sin exigir más que aquello que venía con la aurora. Pero cometí el error de morder la manzana y conocer, y saber que podía ser aun más feliz. Y hoy miro atrás y quiero ser feliz, otra

Sólo te pido...

Te abriré la puerta, pero no pidas entrar. Es difícil regresar sobre los pasos  que atrás dejamos hace tanto tiempo. Un día pregunté por ti, y sólo entonces recordé que yo te había apartado. Caminos apartados. Caminos cruzados. Eran esos días sin vino ni rosas, pero en que todos soñamos  con que así serían; éramos libres, más libres que ahora porque sólo teníamos un número en la frente, no la burocracia sobre nuestra espalda. ¿Recuerdas ese día? Yo nunca lo olvido, y no es un cliché, ni lo digo por querer adularte o hacerte creer que aún pienso en ti, después de tanto tiempo. Como pasa el tiempo... me pones nostálgica, de que no sé. Pero algo extraño. De ti, de mí, de todo, de todos. Es como si algo nos hubiera quedado pendiente. Yo sé que no jugué limpio, temía perder. Conocías mis cartas, yo nunca te había visto jugar. Llevabas la ventaja y no supiste ganar. Si abro la puerta, y te dejo entrar, no será para revivir algo que nunca tuvo aliento. Claro queda que tú y yo desconocidos

Espera Matutina

Cerceno minutos escucho el rocío, espero el milagro del día venidero. Pálidas auroras languidecen por la mañana yo espero que este día no sea para el recuerdo no sea de nostalgia no sea añoranza Deshojo las horas con dedos exangües ateridos de ansias entumecidos de bríos inmersos en mares de tejidos deseos de que hoy sea un día en que tenga lo que espero.
Un día temí tanto decepcionar al prójimo que dejé de amarlo. Quizás fue la mejor decisión, quizás sólo me tiñó de amargura y nada más; pero desde entonces tomo la pluma con menos ocasión. Y es que eran las palabras las que llevaban mis disculpas, mis temores, mis amores; ahora ya vivo libre de toda desilusión. La tinta ya no es azul, ni negra, ni roja, ni verde. Es gris, ambigua, ondulada, como las olas y las palabras al viento. Y es que ya no trato de llenar vacíos, y más me esmero en construir abismos y levantar montañas. En verdad no, sólo es que ahora me dedico a ver televisión, y eso me seca el cerebro.
El día que ya no se levante más el sol, yo me quedaré en la cama. Y es que de niña escuché una canción, que nunca he vuelto a oír, ni su nombre sé, y ni el nombre del hombre de voz rasgada y visceral que caló profundo en mi inconsciente conciencia; es mejor consumirse que morir oxidado, rezaba el verso que llegó a mi oído. Por días no pensé en ello, hasta que a la semana, un vecino se accidentó en la carretera con su auto de colección siempre reluciente. Él siempre salía de paseo en su automóvil favorito, no valía la pena tenerlo escondido decía, tenía que encandilar al mundo con el resplandor de los años y la experiencia, porque nos no te aseguran lo otro jovencita, dijo más de una vez. Un cliché, una costumbre, Pero cierto. Aquella fue la única vez que he visto el ánimo alto y ninguna lágrima en una despedida tal, el pobre hombre había muerto en lo suyo, en su ley, bajo su propia mano. Y vi algo más allá, que lo que todos vieron aquel día. Y me pregunté si valía la pena,