Mi madre

Mi madre nunca amó el invierno. Sus mejillas se agrietaron soportando el frío de la angustia y las palabras consumidas. Ella guardó su confianza en el último cajón del tocador de la vida y me dio su abrigo para que no sufriera la algidez de los campos.
Pero yo amo el frío, y correr descalza por empinados ensueños.
Nunca supe amar sus palabras, sí sus manos, sí sus cabellos.
Porque creí tener la confianza de la que ella habíase desprendido.
Hasta que un día encontré el tocador de mi propia vida, y encontré mis tesoros sepultados en los cajones de la negación.
Yo tenía la confianza, pero ella tenía la razón, ella era el perdón.
Yo tenía ríos de vida corriendo por mi cuerpo, mientras que sus ríos en sabiduría se habían tornado.
Y entonces ya no fue mártir, testimonio, condena. Se hizo luz, vida.
Hoy es monumento.

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