Límites

Siempre me jacté de conocer el límite. De haber jugado al borde del precipicio, de nadar hasta el fondo de la copa y salir a la luz nuevamente.
Nunca miré atrás. Más bien cargué con todo aquello que sabía que siempre me ataría al pasado; así me he ahorrado por años la tentación de convertirme en una estatua de sal; y eso me ha hecho más fuerte, la espalda y los brazos cansados de sostener el peso del pasado, me han ayudado a sostener sobre mi cabeza todos los cielos rotos.
Pero un día desperté y quise más. Y entregué todo lo que tenía a cambio. Dudé, no lo niego, ¿para qué nos dotó Dios de razón si no fue para dudar?
Vivía en la soledad, y encontré un amigo. Estaba sedienta y me dio de beber. Era la flor seca del jardín, pero a él no le importó, se hacía sentir como una flor igual a las demás, o más bella, o más lozana.
Y creí que ya no necesitaría las rocas de mi pasado. Y reconocí los siete colores. Y no envidié más el perfume de otras flores.Y soñé con un jardín lleno de vida. Y corrí, y reí, y fui feliz. Hasta que abrí aquella caja que nunca debí tocar, mordí la manzana y vino a mí el conocimiento.

Y aquello que conocí, me quitó el aire, me quitó la esperanza, y resquebrajó el cielo azul sobre mi cabeza.
Y volví a sentirme sola, a tener sed, a ser la flor seca del jardín.

Quizás un día despierte y quiera más, una vez más; pero ya han sido muchas las copas amargas de las que he bebido, y muchos colores mezclado, y otras tantas creí que no volvería a envidiar a nadie. Aunque esta vez fue diferente,  pues nunca había soñado con mi propio jardín, y antes de darme cuenta, ya estaba cruzando otro límite.

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