Nuevos Tiempos




- Dígame señor, ¿le sucede algo?

- No, Caronte, estoy bien.

- Lo noto más gris y sombrío de lo… normal.

El aludido esbozó una burda sonrisa. Más gris de lo normal, pensó mientras observaba los miasmas que desfilaban delante de él.

- ¿Seguro señor, que nada sucede? – continuó el anciano mientras recogía las cuerdas se su pequeña embarcación.

- Seguro… he estado pensando en ampliar el lugar, sabes, creo que nos estamos quedando sin espacio…

- Si usted lo dice amo… yo sólo cruzo el río… desde que usted me asignó esta tarea, la cumplo con orgullo…

- Y te lo agradezco Caronte. Pero no te detengas más, frescas lamas diviso ya en la otra orilla…

El anciano inclinó su cabeza y ocupó su lugar en la barca. Una invisible mano comenzó a guiarla. El otro hombre se mantuvo en su lugar, observando la inmensa oscuridad que se extendía frente a sus cansados ojos. Sombras, tinieblas, y más calígines, lo único que lo rodeaban. La sima que devoraba las almas de todos los infelices que pisaban el Inframundo… Más gris. Más gris había dicho Caronte, como las mismas almas que llegaban cada día. Grises, mustias, desoladas, exangües. Ni el pálido reflejo de épocas pasadas, en que los nuevos huéspedes luchaban por no seguir adelante y regresar al lugar del cual habían sido expulsados. ¿Qué sucedía allá arriba? No lo sabía. Sólo sabía que las cosas habían cambiado. El semblante de aquellos que bajaban era tan distraído, como si no tuvieran conciencia del lugar que pisaban. Pero siempre estaban apresurados, como si el tiempo siguiera rigiendo para ellos; se movían en masas, compactos, sin objetar nada ni alzar la voz, aun así, sólo se preocupaban de ellos mismos, no les importaba que sucedía con aquel que estaba a su lado o detrás, eran entes anacoretas insertos en la muchedumbre.

Una vez, tiempo atrás, cuando sólo llegaban víctimas de las pestes y hambrunas, y los héroes debían ser ensalzados al llegar, un miasma se le acercó, y sin reconocerlo, le preguntó si éste lugar era lo único que quedaba avanzar y cruzar la luz. Él, orgulloso de sus dominios, le respondió que no había mejor lugar para descansar de la insidiosa luz del sol, que este hermoso reino de sombras. El miasma se había alejado lanzando imprecaciones para el “dueño del miserable lugar”, sin imaginar que acaba de hablar con él.

Eran nuevos tiempos. Ahora ya nadie cuestionaba nada más que el pago del derecho por cruzar el Erebo en la cómoda barcaza de Caronte; tacañas almas insistían en no tener nada que entregar, pero nadie es tan pobre como para no tener que ofrecer a las sombras del inframundo. Nadie quería saber de nada.

Incluso el trabajo del Leteo era más sencillo; casi todos estaban medio dementes al entrar en sus aguas, ya nadie atesoraba momentos dentro de sí, todo lo expulsaban, liberándose felices de sus cargas emocionales, los recuerdos se evanecían con tanta facilidad…

Eran nuevos tiempos. No sabía que sucedía arriba, que afectaba tanto a los recién llegados, incluso lo afectaba a él de pronto. Pero estaba cambiando, y no precisamente para bien, y él debía limitarse a esperar entre las sombras, en la sima que una vez creó su corazón…

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