Caracolas
Alguien me sonríe.
Desconcertante. Francamente.
Detengo mi paso acelerado y giro sobre mis talones.
Él aún me observa con la sonrisa fija en los labios. Apenas distingo sus rasgos a través del cristal blanqueado: los ojos tímidos, la boca risueña.
No sé qué hacer, no todos los días te sonríe un extraño a través de un cristal. Alzo la vista y me encuentro frente a la facultad de economía de la Chile. Un cristal sembrado de caracoles delineadas me separan del desconocido.
Me animo, y camino hasta el umbral. Un guardia me indica que a mi izquierda, como siempre, está la entrada a la exposición. Me detengo en la puerta y busco con la mirada al desconocido sonriente. Detenido en la nada, ahora con los ojos vidriosos y la boca sorprendida, rodeado de caracolas. Me acerco con soltura, los extraños no me intimidan. Son las caracolas de Neruda, una maravillosa colección, me comenta con voz temblorosa, mientras toma los colores de una granada, y parecías una sirena. ¿Por lo encantadora, o ahora soy un híbrido raro...? lo interrogo con ironía. Parecías una sirena a través de la caracola, cuando te vi pasar digo, como quien ve brillar un tesoro en el seno del mar... Así que también poeta, además de amante de las caracolas. Nunca como el Grande. Me imagino, no pareces haber desnudado tantas mujeres en tu vida...
Me invita un café. Estudia ahí me cuenta. ¿Yo qué hago? Fumo, y cultivo plantas, una se llama como mi mamá, lo más cercano a una familia, le comento; él se ríe. Me cuenta sobre la exposición, su vocación de poeta frustrado, y cómo vendió su alma al iniciar la carrera. Yo le hablo de mis noches en vela, de mis pesadillas eternas, de la soledad.
Me ofrece compañía. Dice conocer los rincones de la soledad, y del placer agrega después.
Me agrada. Pasa de la timidez a una actitud agresiva. Pretende dominar el diálogo, imponer temas, marcar el paso.
Yo ando y desando, lo dejo remontar y lo hago retroceder. Sigo su juego. Lo envuelvo, lo seduzco, mientras él mece sus ideas en una vorágine de insinuaciones.
Lo invito a dar un paseo, el ambiente universitario no es lo mío. Lo que digas sirena...
Él me sigue. Mosca tras la miel agria.
Cruzo la calle, y con ello la línea. Él grita. Me detengo en el medio, volteo, lo tomo por la cintura y lo beso. Las bocinas son música que nos invita a bailar. A ojos extraños somos dos locos en medio de la calle, consumidos por un beso. Corro hasta la orilla. Le tomo la mano.
El mundo es mío, le grito mientras huyo de su abrazo.
El mundo es nuestro me corrige.
No, sólo mío, y lo devoro cuando quiero. Lo empujo contra una reja, lo beso una vez más. Regresa con su abrazo, escapo de él. Corro. Río. Me sigue. Me detengo en Condell. Respiro. Suspiro.
Esta noche no te me escapas.
No, le corrijo, esta noche tú te quedas.
Lo que digas sirena.
Me invita a pasar a su casa. Me resisto, no te conozco lo suficiente. Caminamos entre árboles y faroles, tomados de la mano.
Le menciono un motel cercano. Se sorprende, duda. Lo beso y cede. Hombre, no me sorprende.
Encerrados entre mil espejos adopto una actitud álgida. Lo confundo, lo interrumpo, lo abrazo, me entrego.
La noche es corta cuando se halla un buen compañero para improvisar.
Como una sirena que me atrae y atrapa, murmura mientras cede al peso de la noche. Parece un ángel mientras duerme.
Me visto entre calígines y silencio. La noche es corta para los eternos fugitivos.
Dejo el lugar, huyo de la escena del crimen con el cuerpo mancillado por el sudor de aquel que duerme con una sonrisa.
Enciendo las luces del departamento. Saludo a mis imaginarios. Le cuento a mi madre lo acontecido. Parece que reprochara mi comportamiento, como siempre. Me río sobre la alfombra, mientras el humo deja mis labios.
Después de todo, es mejor dejarlo ir, las sirenas podemos ser mortales ¿o no mamá?
Vuelvo a reír, más que mortífera, luzco como loca. Nadie más habla con las plantas en esa forma y con tal decisión.
Cierro los ojos y pienso en aquel que dejé. El humo se eleva sobre mi cabeza, y forma una caracola.
Desconcertante. Francamente.
Detengo mi paso acelerado y giro sobre mis talones.
Él aún me observa con la sonrisa fija en los labios. Apenas distingo sus rasgos a través del cristal blanqueado: los ojos tímidos, la boca risueña.
No sé qué hacer, no todos los días te sonríe un extraño a través de un cristal. Alzo la vista y me encuentro frente a la facultad de economía de la Chile. Un cristal sembrado de caracoles delineadas me separan del desconocido.
Me animo, y camino hasta el umbral. Un guardia me indica que a mi izquierda, como siempre, está la entrada a la exposición. Me detengo en la puerta y busco con la mirada al desconocido sonriente. Detenido en la nada, ahora con los ojos vidriosos y la boca sorprendida, rodeado de caracolas. Me acerco con soltura, los extraños no me intimidan. Son las caracolas de Neruda, una maravillosa colección, me comenta con voz temblorosa, mientras toma los colores de una granada, y parecías una sirena. ¿Por lo encantadora, o ahora soy un híbrido raro...? lo interrogo con ironía. Parecías una sirena a través de la caracola, cuando te vi pasar digo, como quien ve brillar un tesoro en el seno del mar... Así que también poeta, además de amante de las caracolas. Nunca como el Grande. Me imagino, no pareces haber desnudado tantas mujeres en tu vida...
Me invita un café. Estudia ahí me cuenta. ¿Yo qué hago? Fumo, y cultivo plantas, una se llama como mi mamá, lo más cercano a una familia, le comento; él se ríe. Me cuenta sobre la exposición, su vocación de poeta frustrado, y cómo vendió su alma al iniciar la carrera. Yo le hablo de mis noches en vela, de mis pesadillas eternas, de la soledad.
Me ofrece compañía. Dice conocer los rincones de la soledad, y del placer agrega después.
Me agrada. Pasa de la timidez a una actitud agresiva. Pretende dominar el diálogo, imponer temas, marcar el paso.
Yo ando y desando, lo dejo remontar y lo hago retroceder. Sigo su juego. Lo envuelvo, lo seduzco, mientras él mece sus ideas en una vorágine de insinuaciones.
Lo invito a dar un paseo, el ambiente universitario no es lo mío. Lo que digas sirena...
Él me sigue. Mosca tras la miel agria.
Cruzo la calle, y con ello la línea. Él grita. Me detengo en el medio, volteo, lo tomo por la cintura y lo beso. Las bocinas son música que nos invita a bailar. A ojos extraños somos dos locos en medio de la calle, consumidos por un beso. Corro hasta la orilla. Le tomo la mano.
El mundo es mío, le grito mientras huyo de su abrazo.
El mundo es nuestro me corrige.
No, sólo mío, y lo devoro cuando quiero. Lo empujo contra una reja, lo beso una vez más. Regresa con su abrazo, escapo de él. Corro. Río. Me sigue. Me detengo en Condell. Respiro. Suspiro.
Esta noche no te me escapas.
No, le corrijo, esta noche tú te quedas.
Lo que digas sirena.
Me invita a pasar a su casa. Me resisto, no te conozco lo suficiente. Caminamos entre árboles y faroles, tomados de la mano.
Le menciono un motel cercano. Se sorprende, duda. Lo beso y cede. Hombre, no me sorprende.
Encerrados entre mil espejos adopto una actitud álgida. Lo confundo, lo interrumpo, lo abrazo, me entrego.
La noche es corta cuando se halla un buen compañero para improvisar.
Como una sirena que me atrae y atrapa, murmura mientras cede al peso de la noche. Parece un ángel mientras duerme.
Me visto entre calígines y silencio. La noche es corta para los eternos fugitivos.
Dejo el lugar, huyo de la escena del crimen con el cuerpo mancillado por el sudor de aquel que duerme con una sonrisa.
Enciendo las luces del departamento. Saludo a mis imaginarios. Le cuento a mi madre lo acontecido. Parece que reprochara mi comportamiento, como siempre. Me río sobre la alfombra, mientras el humo deja mis labios.
Después de todo, es mejor dejarlo ir, las sirenas podemos ser mortales ¿o no mamá?
Vuelvo a reír, más que mortífera, luzco como loca. Nadie más habla con las plantas en esa forma y con tal decisión.
Cierro los ojos y pienso en aquel que dejé. El humo se eleva sobre mi cabeza, y forma una caracola.
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