Nuevo Día

Del cielo caía como lluvia, y de la tierra brotaba como la hierba. Eran los tiempos del olvido, donde los viejos dioses eran losas frías y nuevos colores daban respuesta a los desconsolados.
La esperanza y la inocencia se transaban a bajos costos, como si la moral humana tuviesen precio.
Las auroras eran grises y el crepúsculo se matizaba con  el eterno fulgor de la ciudad.
Sin días ni noches. Relojes que contaban horas infinitas, esperando un manto oscuro devorado por el avance de del Nuevo Día.
Cuando anunciaron el Nuevo Día, como la buena nueva de la iglesia del descontento y la fugacidad, todos se arrodillaron ante el alzamiento del Nuevo Hombre.
El Nuevo Hombre entró en cada hogar y en cada escuela, portando la luz eterna del Nuevo Día, del esplendor perpetuo, dejando atrás aquellas noches de temor y dolor que azotaron la humanidad desde sus inicios.
Era esperanza, era la respuesta a las súplicas de miles de castigados por el oscuro lado de la vida.
Y en cada hogar no hubo más noche de llanto, ni de dolor, ni de juegos, ni de reunión, ni siquiera de dulces sueños. Porque el Nuevo Hombre no dormía, ni soñaba. Y a eso siempre habían aspirado los grandes poderosos.

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