Y estás ahí...


Y estás ahí, quieta, silente, con los ojos fijos en la nada, con los ojos fijos en lo profundo de mis aguas, con los ojos fijos en mi mirada.

Y estás ahí, tendida, aletargada, como si ignoraras lo que tu mirada provoca en mí.

¿Deseo? ¿Desprecio? Me pregunto qué me dicen tus adormilados ojos, llenos de vida, pero álgidos e impenetrables como sólo ellos pueden serlo. Indago en ellos, pero se mantienen mudos como tus labios.

No hablas, sólo observas. Quizás intentas averiguar qué es lo que pienso. Quizás tus divagaciones se alzan por sobre mi cabeza, perdidas entre etéreos acompañantes y no hay en ellos cabida para algo tan profano como mi persona.

Si sólo supieras como te idolatro. Si sólo entendieras cuanto deseo ser tu dueño. Si sólo conocieras el número de mis desvelos causados por tu mirada, mucho tiempo antes te habrías entregado a mi abrazo.

Y ahora estás ahí. Frente a mí. Tendida sobre mi cama. Llamando mi piel. Llamando mi cuerpo. Esperando a que me acerque, y tome de ti lo que todas las noches sueño.

No es tu belleza, eres como todas. No es tu inocencia, conoces los secretos de la piel. No eres distinta de las demás, pero eres única, y esa condición es la que me arrebata del sosiego a cada momento del día. Tu cuerpo, tu carácter, tu esencia, quiero todo para mí, quiero tomar todo de ti, quiero que me entregues todo lo que atesoras.

Me preguntas qué hago. Tantas lunas que te he soñado llamándome por mi nombre. No sé qué responderte, me resulta vergonzoso reconocer que tomo registro de mis pensamientos a instantes de descubrir todos tus secretos. Pero eso hago. Intento apuntar cada de detalle de lo que pienso, y siento mientras te observo tendida; aunque no hay palabras para describir aquel calor que sube por mi vientre. Quiero que una vez posado el sol en mi ventana recordar que fue cierto lo que he vivido, que el sabor de tus labios en los míos no son producto de un sueño, uno como tantos que he tenido, en los que evoco tu figura, y me despierto con tu vacío aquí en mi lecho…

Y esa mirada tuya sigue ahí, abstraída, silenciosa, pero llena de palabras cadenciosas como una dulce melodía, dulce, dulce melodía, que esta noche haré que salga de tus labios como notas e placer…

Me acerqué a ti, tu mirada no era la misma. No entendía que había sucedido. Cuando abrí los ojos estaba tendido en el suelo. Mi rostro, herido. Tus ojos, exangües. Y aquel destello de lujuria que te recorría por todo el cuerpo con cada uno de mis abrazos, perdido.

Besé tus labios con ternura, estaban fríos. Tus manos ateridas estaban contraídas. Un gesto de terror surcaba tu grácil rostro, y el pañuelo que llevabas prendido al cuello cuando llegaste, se adhería a tu garganta.

Estabas muerta.

Ahora yo también estoy muerto. Sentado en una fría habitación del hospital psiquiátrico. Preguntándome cada vez que la aurora toca mi ventana, cada vez que el crepúsculo se despide, y cada vez que el manto de la noche agobia mi existencia, por qué... Pero no estoy a tu lado, no puedo huir en busca de tu presencia para suplicarte perdón por lo que hicieron mis manos, ellas solas, sin mi consentimiento; no puedo explicarte, que no fui yo, que fue un desliz, un mefistofélico desliz que me arrebató de las manos lo que más deseaba, lo que más anhelaba, lo que más amaba…

Aquel delirio que me perseguía por las noches, y que invocaba tu nombre, fue el responsable; aquellos diablos azules que entraron por mis labios, y sólo reclamaban los tuyos, hicieron de mis manos las armas que cegaron la luz de tus ojos, aquellos ojos que yo tanto anhelaba, pero que me negaba a ver como mortales… mortales que sucumbían al llamado de la lascivia…

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