Hijos Argentados

La luna, que es el capricho mismo, se asomó por la ventana mientras dormías en la cuna, y se dijo "Esa criatura me agrada". Baudelaire

Mil noches podrían pasar antes de volver a distinguir la sombra de aquella dama en mi mente. Ah, maldigo aquella noche clara, en que la luna me hizo su hija. Un infierno de plata hizo mi vida, un argentado martirio.
Los caminos torcidos se enderezaron y los rectos se torcieron, como si mi mente fuera invadida por los diablos azules. Las noches eran eternas al compás de su luz, y los días azarosos sin su divina presencia.
Recuerdo la primera vez que leí a Baudelaire. Mil noches antes de que la dama se apoyara sobre mi hombro. Y sus sombríos pensamientos llenaron de ensueños mi ilusa mente. Ilusa. Ilusa. Cada día menos ilusa.
Menos ilusa claro, pues ya poco queda por sorprenderme. ¿Algún día podré volver atrás y recuperar lo perdido? Maldita inocencia que se evanece como el rocío por la mañana. Antes de comenzar a apreciarlo, ya no puedes gozar de sus bendiciones. Y fue aquella noche, clara y argentada, en la que su luz arrebató mi inocencia. Y no sólo eso, sino que marcó mi frente con su hado siniestro, y con su umbría figura envolvió mi cuerpo.
Ay la luna. La pobre hermana menor de las estrellas. La soledad la abruma y envidia a los mortales, y aquellos que osan cruza el umbral de la cordura, aquella delgada línea entre lo real y lo inconexo, aquellos bendecidos por la vida… han de ser convertidos en sus hijos.
Desdichados hijos, desdichada madre.
Y si bien la madre sólo puede girar alrededor de otro cuerpo, y sus hijos han de estar atados a su propio cuerpo, sólo ellos han de ser libres de tocar el cielo.

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