Sueña

Una noche soñé que todos huían de mí, que todos mis sueños se evanecían como el licor que corre por tus venas. Entonces me di cuenta que era un estupidez, pues yo no tenía sueños.

De niña deseaba cosas, cosas que se perdían en los rincones de los espejos rotos. Nunca encontré un motivo para prestarles mayor atención, así como nacían en mi mente, desaparecían en las efímeras apariencias del día. No tenía motivos tampoco para seguirlos tampoco, mis padres siempre me decían que yo podría hacer todo lo que quisiera, entonces, ¿para qué soñar lo que sería de todos modos?

Y así crecí, o pretendí crecer. Creyendo que todo era posible, que bastaba extender mi mano y alcanzar lo que añoraba. Pero no deseaba nada, inapetente de metas y afectos, mi corazón se fue helando.

El invierno se asentó en mí.

Y luego vino la primavera. Y creí hallar mi sino. Y mi corazón volvió a latir.

Con el tiempo comprendí que era cierto: podía hacer lo que deseara, el problema surgió cuando se me negó lo que más añoraba. Y ya no quise soñar más.

Y si ahora me preguntas por mis sueños, respondo inmutable que yo no sueño, sólo tengo metas. Pero miento. Pocas metas tengo, y sí tengo sueños, sólo que los escondo en lo más profundo de mi alma, para que nunca más me sean negados.





Comentarios

Entradas más populares de este blog

Yo no vivo, sólo existo

Espera Matutina