Santiago

Amo el Santiago que se apaga; que se adormece en el hombro de otro, sin importarle no conocer su nombre.

Amo el Santiago cansado, aquel que se esfuerza por devorar las últimas páginas del libro antes de llegar a destino. Ese Santiago de paso lento, que sólo le importa llegar, dejando a un lado los tacos, la hora punta, la gente ávida de tiempo que avanza inmutable como una masa compacta.

Amo aquel Santiago condescendiente, que se sorprende y conmueve al ver alguna trágica noticia en televisión, para luego ir a dormir dominado por el agotamiento.

Amo aquel Santiago que duerme con los ojos abiertos y siempre soñando; y a sus amantes, que a medianoche se juran amor eterno y unen sus cuerpos en la penumbra.


Amo el Santiago que bosteza y se estira por las mañanas.

Pero ese ya es otro Santiago.





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