Evocación

En esta noche de luna plena, varios somos los desvelados.


Si cierro los ojos siento que algo se agita en mí. Es la fuente de los recuerdos que se inquieta en lo profundo; sus turbias aguas parecen esclarecerse, como si la corriente buscara limpiar el pasado, como si la roca purificara hasta el alma.

Me pregunto cuántas lunas han visto mis ojos y he querido olvidar. Me pregunto cuántos rostros he borrado, cuántas manos he cortado, cuántos labios he marchitado. Quisiera saber cuántas lágrimas he derramado con sentido, pero sin razón.

Y busco la razón de querer olvidar, de esa fuerza innata y vital, como un impulso, como un instinto elemental, que brota de mí y exhala mi piel, y que sólo busca adormecer el dolor de los recuerdos.

Hay recuerdos dulces que se agrian y emponzoñan; hay otros con mejor sino, que amargos como ajenjo en su tiempo se endulzan como almíbar.

Y son los malos recuerdos que se agitan bajo la luz de la luna, y no os permiten conciliar el sueño. Y para evitar ser su eterna víctima siempre se debe tener a mano un puñado de dulces evocaciones.

Ácidos o nostálgicos, graciosos o mefíticos, recuerdos al fin y al cabo, que se quedarán en su dimensión onírica, y nada podemos alterar en ellos. Pero sí podemos aprender, tomar las semillas del pasado para que sean bellísimas flores en el futuro.

Porque, después de todo, se han de convertir en la base de nuestro día a día, en el acero de nuestro escudo, en la arcilla de nuestras obras, en la materia de nuestros sueños…





Érase una vez la luna...


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