Conocidos a medias
La rueda no paraba de girar, y él solo atinaba a suspirar. Mala suerte la mía, mala suerte la tuya. Y no paraba de repetir lo mal que lo había tratado la vida. Yo lo conocí un día en un bar. De esos decadentes y míseros, que frecuenté en las noches más frías y solitarias, en busca de un rincón cálido en el que reposar la cabeza al amanecer. Pero al día siguiente volvió, como un perro que conoce sus error y regresa donde su amo; y al pasar las lunas, en eso me convertí, y antes de que me diera cuenta, ya dirigía su vida. Tenía un trabajo, tenía el semblante tranquilo. En mi desesperado esfuerzo por aferrarme a algo, comencé a hacer de él el árbol en cuya sombra me refugiaría. Su espíritu libre se aburguesó de a poco, siendo yo la culpable de aquel juego insano. Una noche desenfrenada, sacó afuera toda su ira. Temí por mi persona, y tomé la determinación de no verlo más. Pero su imagen era algo más que un mal sueño que se olvida por las mañanas. Creí que sería fácil. Fue fácil sacarlo d