Sola en casa
Enciendo la radio en la sala, la quejumbrosa voz de Ozzy llena el espacio. Me arrastro hacia el escritorio, retrasando cada paso, cada suspiro, deteniendo el tiempo en la palma de mi mano.
Me dejo caer en la silla que se mece suavemente, debería ajustarla, pero qué importa, pronto tendré que cambiarla.
Tomo ti taza y bebo el café fresco, pero ya casi frío. Algunas gotas caen sobre el teclado y me pregunto dónde irán a parar, es probable que se deslicen hacia ese mundo secreto oculto bajo las teclas, donde cientos de ecosistemas deben gestarse, sin imaginar que hay todo un universo fuera.
Universo, afuera. Afuera, ¿de qué? ¿de mi puerta, de mi calle, de mi ciudad?
Cientos de relojes irrumpen mis divagaciones, Time suena ahora, y recién me doy cuenta de que mi café está aguado. No debería beberlo, eso dijo me doctor, ni fumar, ni las bebidas alcohólicas. Tampoco sexo fuera del matrimonio, ni cruzar la calle en rojo, pero el mundo no está como para seguir instrucciones dictadas desde afuera.
Afuera. Un universo entero, y yo sentada frente a una taza de café aguado. Sola, y escuchando Pink Floyd. ¿Adónde está el mundo ahora? Detenido en la palma de mi mano. ¿Adónde están los mejores años de mi vida? Medio como, medio duermo, medio leo, medio vivo. Medio bebo las tazas de café, y a medias siempre dejo las tardes.
Es que desde que comencé con esto que enfermé de soledad. Ya nada queda cerca, los conocidos de siempre, y un par de lejanos amigos. Maldita epidemia, que a todos contagia.
Virus infame, inmune a todos los esfuerzos por librarse de ella.
Enfermos de soledad nos refugiamos en nuestros rincones arrendados, en nuestras copas vacías, en nuestras páginas ajadas. Pecando de autosuficientes, de fuertes e independientes, cuando no somos más que ovejas que se han alejado del rebaño, siempre recelosos del temido depredador, esa bestia amarga llamada soledad. El que esté libre de pecado que lance la primera piedra, pues antes de darnos cuenta ya no somos víctimas de aquella que nos acecha en cada esquina que cruzamos, somos portadores de su sino mefítico, y rehuimos de quienes nos rodean, de aquellos que nos observan fijamente, como si buscasen conocer nuestras ideas e impresiones...
Y nos encerramos temeroso bajo siete llaves, con ello nuestras ideas, nuestros sentimientos. La soledad gana la batalla, y nos quejamos de ser sus víctimas, cuando en verdad hemos puesto nuestras cabezas en bandejas de plata.
La voz de Bruce Dickinson interrumpe mis divagaciones. No puedo seguir flotando con tanto ruido, mejor me concentro en otra cosa, y de paso aprovecho el tiempo.
Pero no apago la radio, aunque escucho otra cosa en desde mi PC.
Necesito ese estruendoso sonido que todo lo inunda. Así engaño mi mente, y me convenzo de que hay alguien rondando por la casa.
Hoy no estoy sola.
Alguien vaga por la casa, aunque sólo esté su voz presente.
Comentarios
Espero que te guste/sirva como a mí.
Mil abrazotes y caras psicópatas.
Cristiano
(Interesante blog).