Locura en flor: Parte primera
¡Te reís!... Pero sólo vos me ves.
Mientras tomaba entre sus manos las flores resecas que caían del florero, la joven morena que permanecía inmóvil en la esquina no separaba sus ojos del horizonte perdido.
Él abría sus manos como alforja que cuidara exquisito tesoro, y aún parecía perfumar el ambiente con aquellos marchitos pétalos. Y respiraba sobre cada flor marchita, para que esta soltara sus vestidos, como seducidas por aquel galante hombre que recogía ahora sus ropas.
Con suma delicadeza las aprisionaba y entre sus dedos, sin dejar escapar ni un solo pétalo, pero sin oprimirlas, quien podría oprimir una creación tan bella, quien podría apresar la belleza hecha vida.
Se acercó a la mujer morena de la esquina. Y le habló del cielo, de los árboles, de las aves que anuncian el arrebol de la aurora, de como se posa el sol en tus ojos, y como haría bailar las estrellas sobre tu cabeza, y mira, no son éstas flores secas, son amores marchitos, historias de alguien que llora y suspira abrazando su almohada, por miedo a alzar el vuelo, ¿y sabes qué hago yo? Los ayudo a volar. Tomo sus historias entre mis manos, aún huelen a puro amor y deseo, a palabras silenciadas y noches en vela, mira, acércate, las tomo así, las recojo una a una y luego subo a la nube más alta, y las echo a volar, y me despido de ellas deseándoles suerte, mientras caen y abren sus alas.
Pero la joven seguía silenciosa, impertérrita. Él le tomo una mano, y ella inmutable.
No es esta una tarea fácil, prosiguió con su monólogo, ¿ves aquellos dos que caminan por la acera? Él tenía miedo de hacer sufrir aquella dulce muchacha, y más daño le hacía guardando distancia. Así que un día, recogí su historia y le di alas. Y míralos ahora, felices. Yo quisiera ser feliz como ellos. ¿Eres tú feliz? O sólo observas el horizonte, o quizás eres un ángel, o quizás no vienes de este mundo.
- Muéstrame cómo lo haces.- Lo interrumpió ella.
Y una alegría inmensa subió desde la tierra y le coloreó el rostro. La mujer le había contestado.
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