Placer purpúreo

Con sus pequeñas manos trató de acaparar el mundo, mas tarde supo que poco podía contener entre los dedos.
Un día caminó bajo la lluvia, sin luego enfermarse, y creyó ser insufrible. Otro día levantó la voz, fue escuchada y creyó que era portadora de la verdad.
Efímeros caprichos nunca la condujeron por su deleznable camino, siempre firme, siempre templada.
Un día llegó al final del arco iris, donde todo se vuelve púrpura, y creyó que esa visión era la prometida olla de oro de los cuentos de hadas y duendes. Sólo son cuentos, solía decir, sólo son inventos para las mentes sencillas. Pero creyó que ahí acaba su búsqueda, y se detuvo en silencio a respirar el perfume del regocijo.
Nunca se aseguró de que el camino no continuase se conformó con lo hallado y en conservarlo se le fue la vida.
Pero había todo un valle de mil colores por descubrir, eso lo supo ya muy tarde, cuando los árboles doblaban su cintura rugosa para besar el suelo, y el sol no era más que un punto fijo en lo alto del cielo, las estrellas eran hogueras eternas, tan cercanas como la misma tierra. Y no fue la única obcecada por aquel espejismo de color, muchos otros creyeron estar frente a la beldad más pura, el placer más confortable, el fin del camino.
Mas sólo era una treta del destino, que turbio hado había puesto sobre su frente taciturna; y perdidos en la umbría de aquella imagen púrpura, decían estar más vivos que nunca, siendo sólo la cáscara exangüe de lo que realmente pudieron ser, de haber continuado el camino...

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