Te escribiré una canción...
Una suave melodía bajaba hasta la playa.
Sobre la arena, los cuerpos resecos comenzaban a mermar. El sol teñía de arrebol las aguas y el cielo, como quien da pinceladas aleatorias sobre un lienzo vetusto, queriendo cubrir los trazos pasados, mal dados, mal impresos.
Y eso pretendía ella. Mas la mano que apresaba la suya, se lo impedía, perdiendo precisión en sus movimientos, quitando fluidez a su vida. Pero como apartarse del único que no la juzgaba, que la adoraba sin disquisiciones, o que al menos eso simulaba.
Echaron a andar contra el sol, dejando en la arena un camino con sus huellas, que más tarde borraría la marea alta, igual que el tiempo los recuerdos livianos de los amores sutiles.
La melodía provenía un artefacto acomodado fuera de la línea que contenía la arena negra.
Un organillero. Y qué preciosidad, un perico que daba la suerte.
Ella le extendió una moneda, y el ave introdujo su cabeza en una réplica a escala de una casa, y sacó un papel amarillento. Lo tomó con cuidado, y con una sonrisa amplia desdobló.
Ansiosa de leer aquella insensata predicción, aunque no confiara en ellas, y fuera una escéptica de la vida.
"Quien más te ame, escribirá una canción para ti..."
- Yo te la escribiré, mi vida, yo quien más te ama...
Mas ella no había terminado la frase.
Los meses pasaron, quizás años.
Un par de acordes, como ofrenda, como regalo.
- Escucha tu canción... algo ya tengo. Espero te guste.
Más lunas llenas que sonrisas, hasta que se dio decidió a dar el paso final, dio un último corte y cayó la rosa que nunca florecería entre sus manos.
Tiempo después escuchó los acordes de la que sería su canción, ahora tenía otro nombre, el perfume de otra fémina había sido la inspiración para concluir aquella muestra de devoción.
"... Espera paciente a encontrarlo."
Las hojas volaban como dadas a la brisa otoñal, cuando un día chocó con un joven apuesto le preguntó por una dirección. Llevaba una guitarra.
Y de la guitarra brotaron notas, y los acordes se volvieron amistad, y la melodía en algo más.
- Estoy haciendo una canción para ti...
Ella sonrió, y recordó el vaticinio a orillas del mar áspero y argentado.
Quien más te ame, escribirá una canción para ti. Espera paciente a encontrarlo. Acaso aquel detalle marcaba su destino; o sólo era una coincidencia más del absurdo destino.
- No, no lo hagas. Si te quedas será porque me amas, no porque un pajarraco así lo quiso.
Él la observó sin comprender. Extendió sus brazos, y la rodeo con dulzura. Que más daba que no quisiera la canción, si ya muchas otras llevaban su sello impreso sin que ella lo supiera.
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